“Ser çavan”, se dice para dar la bienvenida aquí. Literalmente se traduciría por “tú estás en mis ojos” o quizás “mi mirada es para ti”. No es ninguna exageración, nada hace más feliz en Rojava que ser de utilidad, o que recibir invitados y tratarlos con devoción. Si una persona kurda está sentada te ofrecerá la silla, si está comiendo se levantará y te ofrecerá su comida, y si caminas por la carretera de Alepo, en Kobane, bastará cruzar la mirada con un conductor para que se pare y te lleve.
El arte de la hospitalidad está elaborado como en pocos otros sitios. El ritual ideal tendría su inicio con la mencionada expresión “Ser çavan”, y terminaría cuando te pusiesen en manos de tu siguiente destino, ya fuera acompañándote a pie, en coche, o dejándote en una parada de autobús y pagándote el billete. Entonces te preguntarían si necesitas algo más y si les das permiso para irse. Y tú dirás “gracias”. Y entre el principio y el final de tu recibimiento se tratará también de que no pagues nada, para muchos eso sería una vergüenza.
Pongamos que caminas por la calle, junto a la puerta de una casa alguien se sienta. Vuestras miradas se cruzan más de un instante. Entonces esa persona se levantará y dirá quizás “Karamka”, es decir “acércate”. Al entrar en su casa te descalzarás, en una sala a ras de suelo te sentarás y sacarán té, comida. Si advierten que tus calcetines tienen algún agujero se alegrarán, porque así podrán regalarte un par nuevo, y si estás cansada, te dirán que duermas, o te ofrecerán ducharte.
¿La gente es más hospitalaria con una extranjera que con las personas de su propia nacionalidad? Es posible. Venir de lejos conlleva un atractivo especial ala hora de ser recibida. Y al rojavariano le gustará explicar en su vecindario que tiene invitados y quienes son. Pero vengas de donde vengas, hay cosas que son impensables aquí. Por ejemplo impensable es que alguien se sirva comida sin ofrecer a las demás personas primero, y lo mismo vale para un simple vaso de agua, o un cigarrillo. Primero se ofrece. Cuando el ofrecimiento sea pura formalidad (sólo porque el anfitrión desea beber él), te ofrecerán una vez, pero cuando el ofrecimiento sea algo más que eso, insistirá, y si no quieres té, te ofrecerá café, y si no café un refresco, o agua. De lo que se trata es de hacerte sentir a gusto.
“Ésta es tu casa”, me dijo Nadia, una vez que busqué un lugar tranquilo donde descansar, tras una noche ruidosa, “tú eres mi hija”, añadió unos días después, aunque yo tuviese tres años más que ella. Nadia y su mirado tienen siempre invitados, y cuando el DAESH invadió el cantón de Kobane, desplazando masivamente a la población, acogieron a más de doscientas personas en su casa de las afueras, a cuyo alrededor crece un huerto de árboles frutales.
El arte de la hospitalidad pasa no sólo por agasajarte con cuidados, sino por darte compañía, por que no estés sola. Nadia, por ejemplo, cuando me hospedó, en lugar de dormir con su marido dormía en la misma habitación que yo. Y se fijó desde el primer día en cómo me gustaba el té, o si prefería almohadas gruesas o delgadas, y cuando en la casa se encendía el generador eléctrico me recordaba que era el momento de cargar el móvil. En realidad, la primera noche dormimos con toda la familia en el terrado de la casa, bajo las estrellas, y al poco tiempo me enteré de que ella y su marido no habían dormido un minuto; se pasaron la noche haciendo guardia, fusil en mano porque, estando la casa en las afueras de Kobane, no fuese que apareciera el DAESH. Ocurrió así: tras esta primera noche de hospitalidad, unos días después, regresé, y pedí de nuevo, ilusionada, dormir en el terrado. Nadia y su marido me sonrieron y explicaron que ellas la otra noche no durmieron un minuto, al preguntarles el porqué, respondieron que habían estado vigilando. Sin embargo no decían que no a mi petición, simplemente informaban de que no durmieron, con la esperanza de que yo entendiese y renunciase voluntariamente. De no haber renunciado, seguro que habrían instalado de nuevo los colchones en el terrado.
Son raras las veces en que un anfitrión pregunte mucho a su huésped por sus planes de futuro, a dónde tiene pensado ir, qué hará, cuánto tiempo tiene pensado quedarse. En estos tiempos la vida no permite planificar, y a veces la gente llega a un sitio simplemente porque está escapando de otro. No tiene nada de raro que alguien se quede como huésped hasta que aparezca alguna oportunidad, o hasta que se aclare su situación. En el fondo, aquí la gente parece entender que, pase lo que pase, pocas cosas hay más importante que estar juntas.
@annafrank4
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