Un retrato en la
pared del salón de la casa de la madre y el padre de Ceylan muestra a un
joven algo menor de cuarenta años sonriente, enfundado en traje de
guerrillero sobre un fondo cubierto de vegetación. Rápidamente llega la
explicación por parte de la madre de Ceylan. Su hermano fue combatiente
del PKK y desapareció en una misión en el monte allá por el año 2000. No
han vuelto a saber nada de él, y por mucho que han indagado y
preguntado no han podido encontrar ninguna información. Tampoco desde la
propia insurgencia han podido facilitar información a la familia, como
suelen hacer en estos casos. Tal vez el dolor de no poder encontrar
ninguna información sobre su hermano desaparecido fue lo que le llevó a
participar junto a otras mujeres en labores de acompañamiento y apoyo a
las familias de combatientes caídos/as. Cuando fallece un/a combatiente
del PKK, llevan a cabo las duras gestiones de informar a la familia,
recuperar el cuerpo, lavarlo y entregárselo. Son incontables los
retratos de guerrilleros/as y militantes caídos/as presentes en multitud
de hogares kurdos. Miles son también los testimonios similares tras más
de tres décadas, con algunas interrupciones, de enfrentamiento armado
abierto entre el PKK y el Estado turco; si bien la violencia y represión
contra dicho pueblo viene de mucho más atrás.
Las
aproximadamente 40.000 víctimas mortales del conflicto entre el pueblo
kurdo de Bakur y el Estado turco nos da una idea de la magnitud del
mismo. En cualquier caso, la mayor parte de esas víctimas son kurdas/os
no combatientes asesinados por las Fuerzas Armadas Turcas, tal y como
está sucediendo en Afrin. En efecto, el Estado turco, para afrontar la
guerra contra el PKK adoptó en los años 90 la táctica de “quitar el agua
al pez”, también utilizada en otros lugares como Guatemala, Chechenia,
Colombia o Perú. Para aislar y debilitar al pez (la insurgencia) se le
quita el agua (el pueblo que nutre sus filas y le da apoyo). En
resultado es conocido: masacres, ejecuciones sumarias, desapariciones y
desplazamientos masivos de población. En el caso kurdo, según
organizaciones defensoras de los derechos humanos, alrededor de 17.000
kurdos/as fueron desaparecidos/as, alrededor de 4.000 pueblos fueron
vaciados de sus habitantes y unos 3 millones de kurdas/os
desplazadas/os, empujadas/os a las ciudades alejadas de las montañas con
presencia guerrillera. De estas/os últimas/os, alrededor de un millón
permanecerían aún como desplazadas/os internas/os. De esta forma
llegaron varios miles de expulsados a Amed, teniendo que ubicarse como
pudieron en casas de familiares y conocidos, tal como algunos de ellos
no describieron.
El
estado de excepción que rige el país desde hace casi dos años otorga
mayor poder a la policía y fuerzas armadas y disminuye las ya tenues
garantías frente a los abusos policiales y militares. Si ya de por sí la
policía turca no tenía excesivos problemas para apretar el gatillo en
situaciones consideradas problemáticas, la ley marcial le faculta para
disparar sin tener que justificarlo. La protesta social asociada a las
reivindicaciones kurdas es, en estos momentos, poco menos que una
quimera. Cuando, de forma un tanto ingenua, preguntamos a algunas de
nuestras interlocutoras kurdas, si se habían realizado protestas por la
invasión turca de Afrín, la respuesta fue que no es posible, que Erdogan
había amenazado públicamente con actuar con todos los medios contra
quienes osasen cuestionar la operación militar. Como hemos podido
comprobar in situ, en el Estado turco no se obvia ni se oculta la
operación de Afrín. Se publicita hasta la saciedad en todos los
informativos como una gesta heroica, en la que un ejército desaloja a
unos terroristas y devuelve la paz a una población que los recibe con
los brazos abiertos (aunque, a tenor de las imágenes proyectadas por
televisión, no han debido encontrar multitudes esperándoles al entrar en
Afrín y se han tenido que conformar con mostrar imágenes de algún
soldado sosteniendo entrañablemente a un niño pequeño en brazos). En
este contexto militarista y ultranacionalista, que recuerda mucho al
espíritu legionario, justificar la muerte de manifestantes “terroristas”
que cuestionan las operaciones del gran ejército turco no resulta
excesivamente embarazoso.
Entretanto, también en medio
de estas ciudades donde la protesta está prohibida, miles de presos y
presas políticas, muchos/as de ellos/as en prisión preventiva, malviven
hacinados/as en cárceles insalubres, dispersados/as por el extenso
territorio del Estado turco. La política de dispersión como política de
Estado. Una vez más, es inevitable la comparación con la dispersión de
los/as presos/as políticos/as vascos por las cárceles españolas y
francesas, y la ruleta rusa de los viajes de las/os familiares.
Al
mismo tiempo, el Estado turco sigue construyendo nuevas prisiones,
vaticinio de un futuro igual o más duro, sabedor de que las tibias
críticas de gobiernos e instituciones europeas a las múltiples y
comprobadas violaciones de derechos humanos quedan en un segundo plano
frente a los intercambios comerciales entre Turquía y esos mismos
estados.
Texto y fotografías: Iñaki Etaio, miembro de la delegación vasca a
Bakur, de primavera del 2018, en el Newroz. Este reportaje, sobre
diversos aspectos de lo que vieron y escucharon está compuesto por 9
secciones.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada