dimarts, 1 de maig del 2018

Invisibilizadas/os en su territorio. Tras la cortina turca (2/9)


En el Estado turco el término Kurdistán es un término tabú, que proyecta esa idea de tabú al pueblo mismo. Para referirse a este territorio hay que hablar del Este de Turquía, o del Este de Anatolia, para que no resulte sospechoso. Utilizar el término Kurdistan en el aeropuerto o en una instancia administrativa con un/a funcionario/a puede dar lugar a preguntas y recelos. Y qué decir si el/la interpelado/a es policía (el número de policías de paisano en calles y establecimientos probablemente sea mucho mayor que el de policías uniformados/as). Las preguntas sobre destino y objetivo de la visita pueden derivar en solicitar el pasaporte, fotografiarlo, y en el registro de bolsas y mochilas.

Circular en taxi por Şanliurfa boulevard según se llega del aeropuerto de Amed aporta el primer “golpe de realidad”: de todas las farolas de esta vía de varios kilómetros penden banderas turcas e imágenes de Erdogan. Lo primero que se viene a la cabeza frente a esta marea de banderas rojas con la media luna y la imagen de su particular caudillo en calles, edificios oficiales, escuelas… es lo hiriente que debe resultar para la mayor parte de la ciudadana kurda tener presente a cada paso el mensaje constante de “esto es Turquía”. Sin embargo, la propaganda del régimen turco que inunda todas las esquinas, la permanente presencia de policías con armas largas, vehículos blindados, cámaras y puntos de control, las cinco comisarías, el cuartes militar y las cinco cárceles dentro del perímetro urbano de Amed dan a entender que no debe estar tan claro que los y las habitantes de la capital de Bakur tengan tan asumida su nacionalidad turca…

Los intentos por barrer y/o asimilar los demás pueblos que habitan la península de Anatolia desde tiempos ancestrales han sido reiterados durante el Imperio otómano y, más recientemente, desde la constitución en 1923 del Estado turco por Mustafa Kemal, Atatürk. El genocidio perpetrado contra la población armenia entre 1915 y 1923, en el que murieron asesinadas o por hambre y enfermedades más de un millón de personas, es probablemente el hito más cruel de dicha política (genocidio, por cierto, negado todavía hoy por el Estado turco).

El intento por terminar con las nacionalidades minoritarias (si bien casi una de cada tres personas en el Estado turco es de origen kurdo) dentro del territorio estatal se extiende, al igual que sucede con otros muchos pueblos, a las manifestaciones culturales, idiomáticas y a la toponimia. Los nombres de los pueblos y lugares se muestran en idioma turco, y este es el idioma que se utiliza en exclusiva en los centros oficiales, administrativos, educativos, de salud… Todas las indicaciones están únicamente en turco, fácilmente reconocible por las abundantes diéresis utilizadas, y la ausencia en su alfabeto de las letras Q, W y X. El idioma kurdo también está excluido de la educación y de los medios de comunicación. Si bien durante el proceso de conversaciones de 2012-2015 entre el Partido de las y los trabajadores del Kurdistan (PKK) y el islamista partido gobernante AKP (Partido Justicia y Desarrollo) la permisividad hacia el idioma kurdo fue mayor, la ruptura de dicho proceso supuso que el kurdo fuera de nuevo un idioma proscrito. En muchos hogares de Bakur se mantiene el nexo con el idioma y cultura kurda a través de la señal digital de Sterk TV, con sede en Bruselas. Dicho canal supone una bocanada de aire fresco en una atmósfera asfixiante, donde el idioma kurdo queda restringido al ámbito privado. La imposibilidad de la enseñanza del idioma kurdo en la educación pública o privada limita su transmisión al ámbito doméstico, lo cual, tal y como nos comentaron algunas amigas kurdas, dificulta enormemente la transmisión de la escritura y su normalización. De hecho, algunas de las personas con quienes compartimos conversación nos indicaron que entienden y hablan kurdo, pero que no son capaces de escribirlo.



La persecución de la cultura kurda en el Estado turco ha llegado a situaciones un tanto surrealistas. Así, al visitar un patio interno que funciona como cafetería/tetería en el distrito de Sur, la parte más antigua de la ciudad, las chicas kurdas que lo regentan nos indicaron que, tras la ruptura del proceso de negociaciones citado, todos los centros culturales del distrito fueron cerrados por órdenes del gobierno. Su establecimiento, aunque con ambientación y música kurda, se libró de la clausura al no funcionar formalmente como un centro cultural. Al preguntarles sobre la posibilidad de publicar libros en kurdo, nos indican que, si bien no está recogido expresamente en la legislación no poder publicar en kurdo, las trabas y presiones del gobierno sobre las propias editoriales y distribuidoras hacen inviable dicha posibilidad.

Pero si algo resulta aún más llamativo en esta especie de paranoia antikurda es la prohibición de combinar los tres colores nacionales kurdos: amarillo, rojo y verde. En las abundantes tiendas de textiles presentes en los pueblos y ciudades de Bakur se pueden encontrar gran cantidad de pañuelos con diferentes combinaciones de colores. Sin embargo, ninguno combina los tres colores “sospechosos”. Nuestra búsqueda por encontrar dichos pañuelos clandestinos en algún establecimiento de Amed, Mardin, Tatvan o Van resultó, como cabía esperar, infructuosa. El pañuelo con los colores kurdos que trajimos escondido entre la ropa de vuelta a Euskal Herria, fue el regalado por las compañeras del movimiento de mujeres kurdas TJA. Una compañera internacionalista colombiana no lo pudo llevar de vuelta a su país, ya que varias policías se lo incautaron al dirigirse a la celebración del Newroz en Amed. Aunque a primera vista pudiera sonar a broma, la realidad es que mostrar juntos tres colores desata la ceguera represiva del régimen turco.

Texto y fotografías: Iñaki Etaio, miembro de la delegación vasca a Bakur, de primavera del 2018, en el Newroz. Este reportaje, sobre diversos aspectos de lo que vieron y escucharon está compuesto por 9 secciones.

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