dilluns, 26 d’octubre del 2015

Un miembro de KurdisCat expulsado de Turquía




Un amigo kurdo de nombre Árbol quería plantar un árbol y me pidió un poco de tierra de Kobanê. Así que cuando llegó la hora de regresar a Barcelona puse un poco en una bolsa de plástico, pero cometí el error de poner también un pin con el rostro de Abdullah Oçalan, que me habían regalado un día por la calle. Días después, los policías de la comisaría de Urfa, al registrar mi mochila, encontraron la bolsa, y al encontrar el pin uno de ellos me miró como diciendo “¿cómo has podido hacernos esto?”, y el otro sugería-: “¿Terrorismo?”

El estado turco tiene cerrada la frontera con Rojava y así la gente para salir de Siria cruza de noche, por entre campos minados, atravesando la alambrada, emboscada por la policía, recibiendo palizas y a riesgo de ser tiroteada. Así cruzan todos los que sueñan con el paraíso Europa, quienes tienen que proveer sus negocios con productos de Turquía, quienes necesitan ir a un hospital equipado o visitar un familiar. Y la gente consigue cruzar, ayudada por los habitantes de los pueblos de la frontera, previo pago. Pero cuanto más tensa es la situación en Turquía, como ahora mismo, más vigilada y emboscada está la frontera. Así que tras varios intentos hubo que desistir y pensé en volver en avión por Irak, pero antes, por qué no probar suerte en Mursitpinar, Kobanê, atravesando por mi propio pie con los contados vehículos que tienen permiso oficial para pasar. Y funcionó, me dejaron entrar, pero para iniciar una peregrinación de una comisaría a otra.

En la de Suruç nada más entrar en la oficina de pasaportes, a puerta cerrada, el agente me señaló y dijo-: “500$”. En otra de Urfa, donde dormí un par de noches, me interrogaron varias veces. En realidad pseudo interrogatorio, pues como los idiomas nunca han sido el punto fuerte de la policía, éstos son sólo posibles gracias a la herramienta google translator. Uno de estos interrogatorios fue con un funcionario de inmigración. Como parecía amable me animé a hacerle algunas preguntas yo también:


-¿Estoy bajo arresto?

-No

-¿Me van a juzgar?

-No

-¿Puedo ver a un abogado?

-No

-¿Puedo llamar a la embajada?

-En otro momento

El funcionario no resultó tan amable como parecía, pues cuando me negué a firmar los papeles que me ofrecía e insistí en lo del abogado me echó del despachó a gritos.

Durante aquellos dos días trajeron a diferentes personas al piso de los calabozos, a veces delincuentes de poca monta, otras sirios a quienes expulsaban. Trajeron también a un hombre al que le habían dado una paliza de las buenas. Las esposas se le clavaban en carne viva en las muñecas, sin camisa ni zapatos, llevaba un pie abierto, los pantalones jironeados y la cara echa un poea. El hombre era joven, delgado, fuerte. Por la paliza y quién sabe si también por otras cosas, estaba completamente enloquecido. Lo encerraron en una celda solitaria y destruyó lo poco que había por destruir, gritaba sin parar y trataba de abrir el candado con las manos. Intenté hablar con él pero no había mucho que conversar. No dejó de gritar en toda la noche y el día. Era peligroso, quién sabe qué había hecho, pero era difícil no sentir envidia por su fuerza bruta.

En Urfa nos metieron en un avión a Estambul, y de allí a Barcelona. No quisieron ni decirme por cuánto tiempo es la expusión, o en qué oficina preguntarlo. Pero Kurdistán sigue latiendo y volveremos.


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